viernes, 25 de marzo de 2011

2011, el fin de una era en Japón


Que el terremoto que ha asolado el noreste de Japón va a marcar un antes y un después en la historia de Japón no es nada nuevo. Un desastre natural como este tendría tal impacto en la economía y sociedad de cualquier país del mundo que supondría un punto de inflexión para el Estado afectado. Si a esto añadimos una crisis política y una parálisis económica que dura décadas, Japón se encuentra sin ningún lugar a dudas en el fin de una etapa y comienzo de una nueva. Desde 1945 hasta la actualidad Japón se ha caracterizado por tener una economía potente, un sistema político muy particular, que bajo un aparente sistema democrático oculta una compleja red de intereses burocráticos e industriales, y una escasa presencia diplomática y militar. En la órbita de Washington desde que el país capitulase ante las fuerzas aliadas en agosto de 1945, Tokio siempre se ha situado en un segundo plano en los asuntos internacionales, incluso durante la Guerra Fría. Impopular en Asia por su pasado imperialista y las atrocidades cometidas durante la Segunda Guerra Mundial, a partir de 1947 Japón centró su atención en aquello que mejor sabía hacer desde la industrialización del país durante la Era Meiji, construir una potente economía. Desbancando incluso a la URSS, Japón ocupó el segundo puesto en el ranking de las mayores economías del mundo durante décadas. Aún con un estancamiento económico y períodos contínuos de recesión desde 1991, no ha sido hasta el año pasado que el país asiático ha perdido el puesto de segunda economía del planeta, para cedérselo a su histórica rival China.


En el plano político Japón, a pesar de haber adoptado el sistema democrático liberal tras la Segunda Guerra Mundial, ha desarrollado un modelo sui generis basado en la primacía política del partido Liberal Democrático, de tendencia conservadora, y en el control del proceso político por parte de una potente burocracia estatal, influenciada a su vez por los grandes grupos industriales que controlan la economía nipona. Con un sistema de partido hegemónico, y por tanto estable, se podría suponer que surgirían fuertes personalidades políticas con una gran influencia en el panorama internacional. La realidad sin embargo ha sido muy diferente. A pesar de tener un sistema donde es prácticamente el mismo partido el que gobierna desde hace décadas, el partido en sí, en este caso el Liberal Democrático (LDP), presenta numerosas tendencias ideológicas y facciones personalistas en lucha por dominar el conjunto del grupo político. Esta atomización interna ha tenido dos consecuencias; la gran inestabilidad de los gobiernos del Partido Liberal Democrático, con continuos cambios de gobierno y primer ministro según se formaban nuevos equilibrios internos, y el surgimiento de nuevos partidos políticos nutridos por desafectos del LDP, que con el tiempo han sabido organizarse como alternativa política. Desde 1947 se han sucedido 30 primeros ministros y 49 gobiernos, la gran mayoría del LDP, lo que no ha ayudado en absoluto a que Japón tenga una voz política clara y contundente en el mundo.

Diplomáticamente hablando, Japón no ha podido definirse más allá de su papel de segunda potencia económica y como fiel aliado de los EEUU. La inestabilidad política inherente al sistema japonés no ha ayudado, pero otros factores también han impedido que el país nipón se perfilase como una potencia en Asia u otras partes del planeta. La principal causa ha sido la pesada herencia de la Segunda Guerra Mundial. El recuerdo del sangriento dominio japonés en algunas zonas de Asia durante la Guerra Mundial e incluso antes ha supuesto un auténtico cortapisas para Tokio a la hora de establecer relaciones fluidas con muchos países del continente asiático. En Corea del Sur, a pesar de compartir el mismo sistema político y económico y una alianza militar con los EEUU, la imagen de Japón sigue recordando a las masacres del ejército nipón durante las primeras décadas del siglo XX. En China, Vietnam o Indonesia el recuerdo de estos oscuros episodios del dominio japonés fueron vitales a la hora de aislar a Tokio durante décadas. El papel secundario de Japón durante la Guerra Fría queda plasmado en la nula participación del país en las organizaciones regionales creadas durante estos años o en los conflictos surgidos en el continente, a pesar de ser la principal potencia económica asiática durante el periodo.


Logo del Partido Liberal Democrático
Este papel más bien forzado de Japón durante décadas, el ser un gigante económico pero un enano político y militar, empezó a entrar en crisis en los 90. Para un país cuya razón de ser desde 1945 había sido el desarrollo de una potente economía, la entrada en recesión a partir de 1991, por el estallido de la burbuja inmobiliaria y financiera, supuso un auténtico terremoto para la conciencia nacional nipona. A partir de entonces el sistema japonés, caracterizado por ser una potencia económica bajo el dominio del partido Liberal Democrático, comenzó a quebrarse poco a poco. A pesar de continuar ocupando la segunda plaza como potencia económica mundial, sólo por detrás de EEUU, Japón quedó rezagada del resto de países durante los años 90. En 1993 por primer vez desde 1948 el primer ministro no procedía de las filas del partido Liberal Democrático, aunque sí de un partido surgido de descontentos del LDP, el Japan New Party. Aunque de nuevo bajo la batuta de los conservadores a partir de 1996, la crisis del sistema continuaría. La Guerra contra el Terrorismo supuso para Tokio la primera oportunidad de participar en operaciones militares fuera de sus fronteras. George W. Bush, deseoso de contar con una alianza lo más amplia posible, permitió la participación del ejército japonés en la pacificación de Irak tras la Guerra de 2003. Prohibido por su Constitución, redactada por diplomáticos y militares norteamericanos que temían un renacer del militarismo japonés, Tokio pudo por fin utilizar su ejército para lograr una mayor presencia diplomática en el escenario internacional. Japón poco a poco se desembarazaba de las consecuencias de la derrota del 45.


Pero no será hasta 2006 que Japón se encuentre ante la evidencia de que su sistema y su papel en el mundo van a ser muy diferentes durante las siguientes décadas. En septiembre de 2006 dimitió Junichiro Koizumi, uno de los primeros ministros más populares desde el estallido de la crisis económica japonesa en 1991. En tan sólo tres años se sucederán en el poder tres primeros ministros, Shinzo Abe, Yasuo Fukuda y Taro Aso, todos del mismo partido, el conservador LDP. Mientras tanto la República Popular China no sólo comenzaba a ser una amenaza real tanto política como militar para Japón, sino que además empezaba a escalar posiciones y se colocaba como tercera potencia económica del mundo, muy cerca del país nipón. En medio de una crisis de identidad cada vez más latente, el 30 de agosto de 2009 se produjo un vuelco electoral de proporciones históricas. Por primera vez desde 1993 y por segunda vez desde 1949 el LDP fue vencido en las urnas. El partido del sistema tan sólo consiguió un 26,7% de los votos frente al centrista y opositor Partido Democrático que consiguió el 42,4%. El partido ganador, creado en 1998 entre desafectos del LDP y partidos de la oposición, pasó a controlar las dos cámaras legislativas.


Durante los siguientes años la crisis política y sistémica ha seguido su camino. El Partido Democrático ha sufrido los mismos problemas que el LDP y se ve sacudido por rivalidades internas. Además Japón ha comenzado a sufrir las duras consecuencias de la crisis económica internacional. El 8 de junio de 2010 el primer ministro Yukio Hatoyama dimitió debido a su impopularidad entre la población y su incapacidad de manejar las desastrosas consecuencias de la crisis financiera internacional. Le sustituyó Naoto Kan, también del Partido Democrático. Durante el año 2010 Japón ha sido sacudida por todo tipo de males. Las crisis económica internacional se ha cebado con Japón, aún en proceso de recuperación de la crisis de los noventa. El déficit presupuestario se ha situado en un alarmante 10%. Además durante el año 2010 todos las instituciones económicas han confirmado lo que ya se esperaba tarde o temprano; China superaba a Japón y se colocaba como segunda potencia económica mundial. Durante el resto de 2010 la incapacidad del gobierno de Naoto Kan para mejorar la situación económica se ha sumado a los desastres. diplomáticos con China y los EEUU. Buscando una política exterior multivectorial, el gobierno de Kan optó por un acercamiento a Pekín, provocando un enfriamiento de las relaciones con Washington. Pero el encontronazo entre China y Japón por la mutua reivindicación de algunas áreas del Mar de China, que causaron a finales de 2010 una grave crisis diplomática entre ambos países, ha supuesto el abandono de esta nueva línea de la política exterior, no sin antes haber manchado las tradicionalmente impolutas relaciones con los EEUU. La adquisición de armas nucleares por parte del régimen norcoreano también ha supuesto desde 2006 una amenaza de primer grado para Japón.


Logo del Partido Democrático
Durante la mañana del 11 de Marzo de 2011 por tanto parecía que la crisis japonesa no podía ir a más. Japón había perdido el orgullo de ser la segunda economía mundial frente a su principal rival geoestratégico,  en los últimos 5 años había tenido 6 primeros ministros y se hallaba en un entorno peligrosamente conflictivo con una potencia vecina en pleno auge (China) y un estado rebelde con armas nucleares (Corea del Norte). Un país que además había sufrido una recesión económica cuya recuperación estaba siendo frustrada por la enorme deuda pública que el estado había acumulado durante las dos últimas décadas y que doblaba su PIB. Pero el desastre final aún estaba por llegar.


Horas antes de que el terremoto y el tsunami se produjesen el gobierno del primer ministro Kan parecía tener los días contados. Con una popularidad del 20% Kan se encontraba al borde de la dimisión o de la convocatoria de elecciones anticipadas. Tan sólo 4 días antes el Ministro de Asuntos Exteriores, Seiji Maehara, había tenido que dimitir por recibir donaciones ilegales (en este caso de una ciudadana extranjera, surcoreana, prohibido en Japón). Además el control de la Cámara Alta por parte del partido de la oposición, el LDP, amenazaba con bloquear la aprobación del presupuesto del gobierno Kan para el período 2011-2012. El poco margen de maniobra del primer ministro en la economía, debido a la ya astronómica deuda pública japonesa (200% del PIB), dejaba en evidencia el desastroso estado de la contabilidad nacional. Tras más de 20 años de crecimiento bajo o nulo en 2011 la economía japonesa se esperaba que creciese un mísero 1,7%. Años de bajos impuestos y derroche por parte del Estado han llevado a Japón a una situación muy peligrosa y al borde del colapso financiero. El país se ha salvado por ahora del castigo de los mercados debido a que, al contrario que en Europa, la mayoría de la deuda pública es comprada por los propios ciudadanos japoneses y no por los mercados internacionales.

El terremoto y el tsunami de 2011, más allá de las consecuencias humanas y materiales, supondrán para Japón el simbólico fin de una era. Una etapa caracterizada por ser la segunda potencia económica, ocupar un segundo plano en la diplomacia mundial y estar gobernada por un partido hegemónico, el LDP. A partir del 11 de marzo Japón se verá empujado a desempeñar un nuevo papel en las relaciones internacionales, no sólo por su propia evolución interna, sino por los grandes cambios en el contexto internacional. 

Pocos son los ejemplos en la historia de una potencia económica que no acabe por desarrollarse como potencia diplomática y militar. Japón y Alemania podrían ser, si no los únicos ejemplos, sí los más claros. Pero estos ejemplos son más artificiales que reales; durante décadas tanto Japón como Alemania han sufrido la limitación de sus actividades diplomáticas y militares tanto por la contención de los vencedores de la Segunda Guerra Mundial como por el propio complejo histórico por las actividades cometidas en el pasado. Pero 1945 ya queda muy lejos y EEUU, ante un auge de las potencias emergentes, necesita una Alemania y un Japón implicados en los asuntos internacionales. Si Alemania ya logró cierto margen de maniobra a partir de la reunificación y actualmente goza de plena autonomía diplomática (lo que quedó patente la semana pasada con su abstención en el Consejo de Seguridad en la votación por la zona de exclusión aérea de Libia), Japón aún no ha dado el paso. Pero las circunstancias le van a empujar a ello por tres factores. La economía ya no puede servir como eje principal del ímpetu nacional japonés ya que la carrera la ha ganado definitivamente Pekín. Por otro lado el surgimiento de China como potencia regional empujará a Japón, tradicional contrapeso geopolítico, a desarrollar un ejército capaz de disuadir la amenaza china y una diplomacia capaz de crear una zona de influencia que agrupe a países recelosos de la nueva potencia. Por otro lado el progresiva debilitamiento de la influencia de EEUU en la zona creará un vacío de poder que será aprovechado por Japón, coordinando a los tradicionales aliados de Washington en la región (Taiwan, Corea del Sur, Filipinas, Tailandia). En el plano interno las consecuencias de la crisis económica y la amenaza exterior china supondrán, a medio plazo, el aumento del sentimiento nacionalista tanto en la política como en la sociedad niponas.

Los años que van desde 1947 hasta 2011 se verán con el paso del tiempo como un paréntesis o anomalía en la historia japonesa. Desde su surgimiento como potencia a finales del siglo XIX Japón ha sido un país fuertemente nacionalista y expansionista. La presencia de una China que amenace su propia supervivencia no sólo avivará estos sentimientos nacionalistas en Japón, sino que llevará a canalizar gran parte del esfuerzo japonés hacia la afirmación del país como potencia política y militar. En un mundo cada vez más orientado hacia el continente asiático Japón está llamado a cumplir un papel de primer orden en el nuevo sistema internacional que poco a poco se está dibujando.

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