jueves, 10 de marzo de 2011

Gaddafi y África: un rebelde en busca de su causa

Parece que el fin del régimen gaddafista en Libia no tendrá graves repercusiones internacionales más allá de avivar las rebeliones en otros países árabes. Al fin y al cabo Libia es un gran país en cuanto a extensión, más de 3 veces la superficie de España, pero demográficamente casi insignificante, 6 millones y medio de habitantes. Su líder, Muammar Gaddafi, si bien disfruta de una potente presencia mediática gracias, entre otras cosas, a sus excentricidades, no es uno de los grandes estadistas mundiales. Desde un punto de vista eurocéntrico, el líder libio no es más que un dictador africano de los tantos que aún pueblan el continente. Pero Gaddafi no es uno más; desde un punto de vista africano ha sido uno de las más importantes figuras de la historia reciente de África. Su papel es capital a la hora de entender la África actual y los conflictos que la atenazan. Gaddafi no es sólo el tirano que gobierna con mano de hierro Libia; el viejo general financia grupos rebeldes, actúa como mediador en numerosos conflictos, es la principal fuente de financiación de la Unión Africana, mantiene a dictadores a lo largo y ancho de todo el continente, es un firme defensor de la creación de unos Estados Unidos de África y además es el principal filántropo del continente. La importancia de Gaddafi en África es tal que en 2008, en una cumbre que reunió a más de 200 reyes y líderes tribales africanos en Libia, fue proclamado “Rey de reyes”. Como un gigantesco pulpo, los tentáculos de Gaddafi se extienden por toda África, desde Trípoli hasta El Cabo, como veremos a continuación.
 
Gaddafi (izquierda) con el presidente egipcio Nasser en 1970
Pero África no siempre ha sido la principal referencia para la diplomacia de Gaddafi y sus ansias de protagonismo internacional. Como ferviente admirador del presidente egipcio Gamal Abdel Nasser, el joven general libio que en 1969 llegó al poder tras un golpe de Estado apostó todas sus cartas a la consecución de su sueño, formar una nación árabe unificada. Pero el destino quiso que Gaddafi no viese su sueño cumplido; la muerte de Nasser en 1970 supuso la desaparición del principal impulsor de la idea panarabista, es decir, de la unión de todas las naciones árabes bajo un único gobierno. Además el fracaso de la unión entre Siria y Egipto, la República Árabe Unida, supuso también un serio varapalo para los ideólogos del panarabismo. Pero Gadaffi no desistió y trató de llevar a cabo varios proyectos de unificación con Egipto y Túnez durante la década de los 70. Sin embargo su afán por liderar cualquier proyecto de unión árabe le granjeó las enemistades de los principales líderes norteafricanos, a lo que respondió organizando varios golpes de Estado fracasados contra el monarca marroquí Hassan II en 1972 y contra el presidente tunecino Habib Bourguiba en 1980. Su belicosidad provocó un paulatino aislamiento diplomático durante las décadas de los 70 y 80 en el conjunto del mundo árabe. Su retórica anti-occidental chocaba con las dos grandes monarquías árabes; Marruecos y Arabia Saudí, y con Egipto, que desde finales de los 70 comenzó a ser el principal aliado árabe de los Estados Unidos, abandonando toda idea panarabista. Destrozados sus sueños de formar una unión árabe, Gaddafi encontró una nueva causa en el panafricanismo, que defendía la unión de todas las naciones africanas, eso sí bajo su liderazgo.

La política exterior panafricana de Gaddafi tuvo dos etapas. Una primera etapa comprendería desde 1977, con la derrota libia en la breve guerra contra Egipto, lo que supuso el fin de su diplomacia panarabista, hasta los años 90. Una segunda etapa comprendería desde los años 90 hasta la actualidad, siendo culmen el período que va de 2008 a 2010. 

La primera etapa se caracterizó por la puesta en práctica, en política exterior, de las dos fuentes de la ideología gadaffista; el panislamismo y el antioccidentalismo. La ideología panislamista comenzó a ganar peso a partir de los años 70 como sustitutivo del secular pensamiento panárabe. El fracaso de todos los intentos de unificación entre los países árabes y la desaparición de sus principales defensores llevaron a la marginación de esta ideología. Pronto fue sustituida por una nueva versión, el panislamismo, centrado en la unificación de toda la comunidad islámica, la Umma, en un sólo estado. Por tanto no comprendía solo a los países árabes sino también a otros estados, especialmente Irán, donde en 1979 triunfaría la revolución islámica. Gaddafi pronto se convirtió en el bastión del panislamismo en África, defendiendo la expansión del Islam por todo el continente. Sus principales acciones en este campo fueron la intervención en la guerra civil de Chad, que enfrentaba a los musulmanes del Norte con los cristianos del sur, y su apoyo militar al dictador de Uganda Idi Amin, musulmán en un país donde la población era mayoritariamente cristiana.

La vertiente anti-occidental de la política exterior de Gaddafi se tradujo en el apoyo a numerosos grupos rebeldes que luchaban contra regímenes gobernados por minorías blancas (Rhodesia del Sur, Sudáfrica) o contra regímenes pro-occidentales como la República Democrática del Congo, Liberia o Chad. Durante estos años, y gracias a los grandes beneficios económicos que comenzaba a amasar Libia por la venta de petróleo, Gaddafi se convirtió en el principal actor de la diplomacia regional. Apoyó a Robert Mugabe, presidente de Zimbabwe, contra el gobierno blanco de Rhodesia del Sur, financió al Congreso Nacional Africano, partido de Nelson Mandela, en su lucha contra la Sudáfrica del Apartheid y apoyó económicamente al Frente Polisario en el Sahara Occidental contra España primero y a partir de 1980, año en que Libia reconoció a la República Saharawi, contra Marruecos. Además apoyó al líder rebelde Laurent-Desiré Kabila contra el general Mobutu en Zaire y colocó al señor de la guerra Charles Taylor en la presidencia de Liberia, tradicional baluarte de la diplomacia estadounidense en África. En Somalia Gaddafi financió a otro señor de la guerra, Muhammad Farah Aydid, celebre por haber repelido un ataque estadounidense a Mogadiscio en 1993. Como hemos visto, el líder libio estableció en pocos años una red de países aliados, algunos de ellos gobernados por dictadores que asistieron al Centro Mundial Revolucionario, escuela libia donde Gaddafi entrenó a varios futuros presidentes como Blaise Campoare de Burkina Faso o Idriss Déby de Chad.

Muammar Gaddafi en la 12ª Cumbre de la U.A.
La caída del bloque socialista, y el surgimiento de Estados Unidos como única potencia mundial cambió el panorama diplomático y político en África. Además, el estancamiento de la República Islámica de Irán, principal aliado musulmán de Gaddafi, en su guerra contra Irak acabaron por empujar al líder libio a abandonar su tan cacareado panislamismo. Su aislamiento entre los países árabes continuó, sobre todo desde que la comunidad internacional señalase a Gaddafi como el culpable de varios atentados en Europa durante la década de los 80. Todas estas circunstancias empujaron al líder libio a centrar sus aspiraciones geopolíticas en África, donde acabaría por encontrar la última de sus causas políticas, el panafricanismo. Esta vez sin hacer distinciones de religión o de ideología política, la prioridad era unificar el continente en unos Estados Unidos de África. Para ello elaboraría una triple estrategia; mantener la red clientelar con sus socios africanos con apoyo militar o financiero, buscar nuevos aliados en el continente gracias a ayudas económicas, humanitarias o mediando en conflictos armados, e impulsando el desarrollo de la Organización de la Unidad Africana (OUA).

Durante los siguientes 20 años Gaddafi se convertirá en el principal impulsor de la unidad africana y en el banquero de los líderes políticos del continente; tal es así que regímenes como el de Mugabe en Zimbabwe o la propia Unión Africana (UA) pasaron a depender económicamente de la ayuda libia. Gracias al petróleo y a la subida continuada de sus precios a partir de los 90, Gaddafi pudo afianzar su red clientelar de autócratas africanos. Hasta su expulsión del poder en 2003 Charles Taylor, presidente de Liberia, disfrutó de la financiación libia. Otros países tradicionalmente en la esfera de influencia de Gaddafi como Niger, Mali, Chad y la República Centroafricana también se han beneficiado de estas ayudas económicas. En el caso de las dos últimas la ayuda libia se ha extendido al campo militar, ya que ambos países están gobernados por aliados tradicionales de Gaddafi, Idriss Déby en Chad, y Ange-Félix Patessé en Centroafrica, que gobernó hasta 2003. Financió a Foday Sankoh líder del Frente Revolucionario Unido de Sierra Leona, uno de los señores de la guerra más sangrientos del África Occidental, durante la guerra civil de 1991-2002. Sin embargo el país que más se ha beneficiado de su amistad con Libia ha sido Zimbabwe. Su presidente Mugabe, tradicional aliado de Gaddafi, se mantiene en el poder gracias al petróleo barato enviado desde Libia.

La segunda estrategia de Gaddafi en su aventura panafricana ha sido la de ganar nuevos apoyos en África para lograr ser el líder de un hipotético continente africano unificado. Esto también lo ha conseguido gracias a la ayuda financiera; ha otorgado préstamos de más de 100 millones de dólares a Tanzania, Mozambique y Etiopía y de más de 600 millones a Sudán. También ha financiado parte de la ayuda humanitaria destinada a los refugiados de Darfur en Chad. Por último ha actuado como mediador en algunos de los principales conflictos en el continente como el enfrentamiento entre Chad y Sudán a raíz del genocidio de Darfur o el conflicto entre los rebeldes Tuareg y los gobiernos de Mali y Niger. Desde 1989 Gaddafi ha mejorado sustancialmente sus relaciones con Marruecos, Túnez y Egipto y ha sido el impulsor de la Comunidad de Estados Sahelo-Saharianos que incluye a Mali, Niger, Chad, Sudán, Burkina Faso, además de a la propia Libia.

El momento culminante del proyecto panafricano de Gaddafi se produjo durante la última década. En el año 2000, durante la XXXVI Asamblea ordinaria de la Organización para la Unidad Africana (OUA), organización regional creada en 1963 y que agrupaba a todos los estados africanos salvo Marruecos, se aceptó la propuesta de Gaddafi de crear un nuevo organismo. Esta nueva organización, la Union Africana (UA), sustituiría a la OUA y supondría un nuevo impulso para la unidad africana, creando instituciones a imagen y semejanza de las de la Unión Europea. La nueva UA cuenta con Libia como la principal fuente de financiación, un 15% del presupuesto de la organización corre a cuenta de Gaddafi. De hecho Libia paga la cuota de algunos pequeños países que no pueden realizar tal gasto. Las misiones de paz de la UA en Darfur (Sudán) y Somalia, están financiadas parcialmente con dinero libio, lo que explica la gran influencia de Gaddafi en la organización. 

Bandera de la Unión Africana
En 2008, en una cumbre en Bengazi (Libia), 200 reyes y líderes tribales de África declararon a Gaddafi “rey de reyes”. Un año después, Libia se hace con la presidencia anual de la UA. Durante este periodo Gaddafi defenderá insistentemente la creación de unos Estados Unidos de África bajo su liderazgo. Este nuevo superestado debería contar, según el líder libio, con un ejército propio, un pasaporte común y una moneda única, el afro, y debería estar constituido para 2025. Si bien Gaddafi cuenta con el apoyo de países aliados como Senegal, tradicional defensor de la unidad africana, o Zimbabwe, los pesos pesados de la región, Nigeria, Kenia y Sudáfrica, son más escépticos con los extravagantes proyectos del líder libio.
 
La desaparición de Gaddafi supone, para África, un cambio en el equilibrio político regional de consecuencias imprevistas. Por un lado hemos visto como la propia Unión Africana depende económicamente de Libia, así como sus misiones de paz. Por otro lado regímenes que hasta ahora habían sobrevivido por el apoyo económico y/o militar libio como Zimbabwe, Chad o Burkina Faso pueden tambalearse. La desaparición de Gaddafi no es algo secundario para África; es un movimiento sísmico que puede llevarse por delante a otros dictadores y crear nuevos conflictos armados y más caos, pero también puede suponer un impulso a la democracia en el continente o el fin de viejas rencillas. Lo que está claro es que con Gaddafi y su quijotesco sueño de una África unida muere el último intento desesperado de un continente que busca infructuosamente su lugar en el mundo.




Mapa que explica algunos de los lazos diplomáticos entre Libia y otros países africanos.

















 
 

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